En el marco de la 45ª Feria del Libro Ricardo Palma, el día 26 de noviembre se rindió homenaje al docente de nuestro Departamento Académico, Alberto Isola, por su trayectoria y aporte al teatro y a la cultura peruana. El homenaje se realizó por Celeste Viale, docente de nuestro Departamento, y Augusto Tamayo San Román. A continuación, les compartimos el discurso de agradecimiento de Alberto Isola:
Si hoy estoy celebrando con ustedes se lo debo en primer lugar a los libros. Y a mis dos abuelas.
Tuve la fortuna de tenerlas conmigo hasta la llegada de la adultez. Una, la paterna, nacida en un hermoso pueblo de la riviera ligure, Chiavari, y llegada al Perú en su adolescencia. La otra, la materna, nacida aquí, hija de un hombre que también llegó desde costas lejanas, desde el bello País Vasco. Ambas, sin ponerse de acuerdo (o quizás sí lo hicieron sin que yo me enterara, me emociona imaginar esa entrañable complicidad), me regalaron libros desde muy pequeño, dando inicio a un amor absoluto e imperecedero que nunca ha menguado, el amor por la lectura.
El primer libro que la nonna Rilda puso en mis manos (no se si fue exactamente el primero pero es el que más recuerdo) fue PINOCCHIO, una edición italiana del Pinocho de Carlo Collodi, con las ilustraciones originales de Enrico Mazzanti. Un libro que contaba una historia de padres e hijos, pero sin temer a hablar del mundo como es: cruel, injusto, a veces incomprensible. De una manera que no se encontraba en la literatura infantil más difundida. Calo en mi más hondamente que la versión de Walt Disney (que también aprecio, aunque de otra manera) y, de alguna manera, me ayudó a enfrentar esos temores que sienten las niñas y los niños y que pocas veces pueden formular. Como observa con gran agudeza el psicoanalista Bruno Bettleheim, al enfrentar esos miedos y vencerlos, los protagonistas infantiles de los cuentos, inspiran a sus jóvenes lectores a salir vencedores y fortalecidos de ese bosque metafórico que es la vida en su verdadera dimensión. Les hice un homenaje, a Collodi y a mi nonna, poniendo en escena varias décadas después, una versión teatral del original que es uno de mis espectáculos más queridos.
De mi abuela Sara guardo dos maravillosos regalos impresos, una edición española del Quijote, y para mi Primera Comunión, un Pequeño Larousse Ilustrado. Leí la novela de Cervantes mucho tiempo después. En el momento en que, lejos de la niñez, enfrente molinos de viento pero sobre todo viví una sensación de inconformidad con el mundo, y un deseo de darle pelea imaginando un universo paralelo y distinto, lo que me convirtió en un adolescente huraño que buscaba refugio e inspiración en los libros, aunque no de caballería como Don Alonso Quijano. Libros de Bradbury, de Salinger, de Cortazar. El Diccionario Larousse con su letra diminuta despertó en mí el amor por las palabras, por su sonido, por su etimología, por su capacidad de evocación, sus significados aparentes y ocultos. Un amor que creció con el tiempo hasta el momento en que pude pronunciarlas y jugar con ellas en escena, las màgicas palabras de Shakespeare, de Calderon, de Yerovi, de Beckett, de Duras.
En esta iniciación literaria, que fue también una iniciación a la vida, tuve una tercera hada madrina. Mi tía abuela Rosalía Lavalle de Morales Macedo, la entrañable tía Cuqui, quien tuvo la idea, maravillosa y singular, de abrir una pequeña biblioteca en su casa, donde sus muchos sobrinos nietos podían tomar prestados libros varios, con sello y fecha de devolución, como en las bibliotecas grandes que aprendí a amar desde entonces. Andersen, Salgari, Verne, Twain, Carroll... fueron cediendo sitio a tantas otras, a tantos otros que considero mis consejeros y mis cómplices. Yourcenar, Rulfo, Pessoa, McCullers, Cisneros, cuyo nombre lleva el recinto donde nos encontramos esta noche.
Algunos años más tarde, el Hermano Paul Forgach de los Marianistas, recién llegado al Colegio Santa Maria de Monterrico, observó a un adolescente solitario que se pasaba los recreos leyendo en la biblioteca del colegio (a la que le debería desde entonces su pasión por la literatura norteamericana, particularmente por su teatro, el de Williams y el de Miller) y decidio, con una vision que resultò premonitoria, invitarlo a formar parte del grupo teatral que estaba por formar. El adolescente que solo conocía el teatro de títeres (del que era apasionado titiritero mayor) asistió a un ensayo con actores de carne y hueso, y quedó prendado para siempre de esa nueva dimensión de la palabra que, como escribió otro de los que serían sus autores màs queridos, Federico Garcia Lorca, en el teatro "se levanta del libro y se hace humana. Y, al hacerse humana, habla y grita, llora y se desespera."
Hoy, 56 años después, ese niño y adolescente hechizado por los libros, recuerda y homenajea con emoción a esos maravillosos seres tutelares que le regalaron una pasión y una compañía que hacen de su vida una travesía inacabable y deslumbrante, en sus luces y sus sombras.
Muchas gracias a ellas y a ellos. Y a ustedes por acompañarme. - Alberto Isola, 2024
La Feria del Libro es un espacio de encuentro para escritores, lectores y amantes de la cultura, que promueve el diálogo, el pensamiento crítico y el fomento a la lectura. Este reconocimiento refleja la admiración y el respeto que nuestro docente ha ganado por su incansable labor educativa y creativa, formando nuevas generaciones de artistas y dejando un legado invaluable en la escena teatral y cultural nacional.
¡Desde el Departamento Académico de Artes Escénicas, felicitamos a nuestro docente Alberto Ísola por este merecido reconocimiento!